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Ecopsycología

La sacerdotisa y el poder político

La sacerdotisa y el poder político

POR MAX DASHU, HISTORIADORA
Podríamos decir muchas cosas sobre el liderazgo espiritual de las mujeres, pero primero, hay que reconocer los obstáculos que impiden nuestra comprensión del sujeto. En esta época, la cultura se ha hecho tóxica y fracturado y la memoria de tales mujeres es vaga e indistinta.
Ya no tenemos palabras adecuadas para describir la anchura y profundidad de las antiguas herencias y prácticas. La mayoría de la gente definiría “sacerdotisa” como una mujer que conduce las ceremonias, una directora espiritual.
Pero hay una gama de nombres y significados definidos, entre las cuáles encontramos chamana, curandera (mujer medicina), adivinadora, médium, oráculo, sibila y bruja.
Hay una multitud de otros títulos específicamente étnicos, tales que machi, sangoma, eem, babaylan y mae de santo. Aqui encontramos un cuadro global extenso y poco conocido. Enfrentamos la tarea de reconstruir tradiciones muy perseguidas, a veces perdidas, pero que han dejado huella en la memoria cultural: a través de cuentos, nombres y leyendas. No podemos realmente dibujar divisiones agudas entre todas estas categorías. La chamana puede ser directora ritual, pero también practicar como médica o vivir solitaria en reclusión mística. La visionaria puede actuar como curandera, o la curandera a veces hablar proféticamente. El papel ceremonial de la sacerdotisa no la imposibilita para entrar en trance o realizar viajes espirituales chámanicos. De hecho, sus deberes a veces le requieren que posea el poder de alcanzar estos estados inspirados.
Sobre todo, la especialista ritual tiene habilidades y capacidades especiales, pero cada miembro de la comunidad posee, en realidad, potencial espiritual. En las culturas chamánicas, el grupo participa comúnmente a elevar el espíritu por medio de la música, la incantación, la danza, o el sonido del tambor o la sonaja. Es esta cuestión de tener acceso al poder y a su ejercicio, lo que hace político lo espiritual y explica la función de la religión en el establecimiento de los mandos sociales. Cuando las jerarquías del poder están en juego (de los hombres sobre las mujeres, de los conquistadores sobre los originarios, de los ricos sobre los pobres) el poder de la sacerdotisa tiene grandes ramificaciones que finalmente son políticas.
A menudo las sacerdotisas indígenas dirigieron los movimientos de liberación. Veleda, “la vidente” de la tribu Bructerii condujo una insurrección tribal valerosa contra el imperio romano en el valle del Rhin, los actuales Paises Bajos. Lo mismo hizo su homóloga británica Boudicca de la tribu céltica de los Iceni. Esta reina presidió las adivinaciones que pronosticaron los resultados de las batallas y condujo ceremonias rogando la victoria a la diosa Andraste.
En el 7º siglo, Dahia al-Kahina (cuyo apellido quiere decir “la sacerdotisa”) convocó en Túnez a la resistencia a la conquista árabe de África del norte. Y en 1887, la adivina Nehanda Nyakasikana impulsó un levantamiento shona para luchar en contra del ejército rhodesiano que invadía Zimbabwe. Cuando el obispo colonial derribó la capilla fundada por la joven María Candelaria, ella organizó la rebelión maya de Chiapas en 1712. Unos setenta años más tarde otra visionaria joven, Toypurina, inspiró a su gente india para que se levantara en contra de las misiones monásticas de California, en la tierra de los tongva ahora conocida como Los Angeles. En 1801 una mujer chumash tuvo una visión de Chupu, la madre tierra, e instruyó a la gente deshacerse del bautismo limpiándose en las “lágrimas del sol” para volver a la religión indígena.
La misión de Santa Barbara persiguió este movimiento espiritual, pero los chumash mantuvieron sus ceremonias en capillas secretas y se prepararon para la rebelión que brotó en 1824. [Daniel Fogel, Junipero Serra, el Vatican y la teología de esclavitud, San Francisco: Prensa Ism, 1988, pp. 138-9, 141, 152].

Muchas culturas indígenas mantienen una dirección espiritual femenina, por ejemplo los mapuche de Chile, los karok y yurok de California, así como otras en Sudáfrica, Siberia, e Indonesia. Pero las sociedades imperiales y feudales suprimen el ejercicio abierto de la autoridad religiosa de las mujeres. Las sacerdotisas de los templos desaparecieron gradualmente en el oeste de Asia, los patricios romanos sofocaron los misterios femeninos; las autoridades seglares y religiosas quemaron a las brujas en Europa; y los mandarines chinos persiguieron a las chamanas Wu.
Todavía la resistencia femenina bulle bajo la superficie de las religiónes mayores, brotando en formas oficialmente menospreciadas como “sectas”. La danza sacramental, el tambor y otras maneras de adentrarse en estados alterados de consciencia desempeñan a menudo un papel importante en estos ritos que circunvalan las jerarquías decretadas. Asi también, persistieron escondidos la filosofía de las culturas animistas y en los santuarios de la naturaleza.
Las mujeres santas son más visibles históricamente en las sociedades patriarcales, y son las únicas honradas por el poder por derecho propio. También, la autoridad espiritual de algunas mujeres tiende a superar la división de la sociedad en esferas religiosas y políticas. Podemos observar esta pauta a través de una gama grandísima de épocas y continentes, y en sociedades muy diversas: como las sacerdotisas de Sumeria antigua o las chamanas femeninas que actuaban como cacicas en Siberia en el siglo pasado. Varias mikogami (chamanas) gobernaban en Japón en épocas antiguas. Antiguas historias japonesas cuentan que la vieja chamana Himiko (o Pimiko) fue elegida para gobernar el reino de Wa durante un período de anarquía militar y logró restaurar la paz. Las chamanas fueron fuerzas espirituales y sociales importantes en muchas culturas asiáticas del este, incluso en China. En la actual Corea, lo siguen siendo todavía.
La exclusión de las mujeres de la dirección ritual y de la autoridad religiosa ha sido un foco dominante en el intento de disminuir el poder femenino. Las escrituras de las religiónes “mayores” prohibieron las sacerdotisas y la autoridad femenina explícitamente o por medio de historias que las demonizaban. Durante muchos siglos, las autoridades jerárquicas seleccionaron el canon religioso y lo redactaron cuidadosamente para borrar de las tradiciones la dirección femenina (como por ejemplo las escrituras gnósticas que nombraban a María Magdalena como principal discípula de Jesús de Nazareth). También los obispos derribaron las antiguas imágenes femeninas divinas. Lo mismo hicieron los profetas judíos y así sucedió en el triunfo islámico sobre la religión pagana antigua de los árabes. Para ello derribaron las imágenes sagradas en el Santuario de Meca, conservando la piedra negra que aún permanece allí, y es muy venerada aunque se ha olvidado que reprentaba a la antigua diosa. Entre los hadith se recuerda un refrán de Muhammad, que al principio honró a tres grandes diosas de Arabia con el título de “hijas de Allah”. La versión original de este hadith ha sido denunciada y calificada como “versos satánicos”.
La toma de posesión masculina de los ritos y misterios de las mujeres se describe en historias orales de Australia, Melanesia, Amazonia, Tierra del Fuego, Kenia, Sierra Leona, y otros lugares. Las usurpaciones de la esfera de la sacerdotisa también son patentes en las culturas mediterráneas. Los sacerdotes de Apolo tomaron el control de las capillas oraculares en Delphos y Didyma.
Desde ese momento, fueron únicamente los sacerdotes masculinos los que interpretaron las profecías extáticas de las Pythias. Además prohibieron a mujeres el derecho de consultar esos oráculos. Los hierofantes varones también consolidaron gradualmente el control de los misterios Eleusinos. Expedientes oficiales del 4º siglo a.C. demuestran que las sacerdotisas melissas denunciaron las infracciones masculinas contra sus derechos tradicionales. Y aunque la historia antigua explica que las reinas amazónicas fundaron el gran templo de Artemis en Efeso, muchos siglos después se prohibió a las mujeres la entrada al santuario más sagrado del templo de la diosa, según cuenta el historiador romano Artemidorus. Inversamente, las sacerdotisas que permanecieron dentro de las culturas patriarcales a menudo gozaban de derechos y privilegios negados a la mayoría de las mujeres, tales como conservar sus propios patrimonios, o la libertad de movimiento y el prestigio público. Algunas sacerdotisas griegas recibían una parte de la cosecha. Las sacerdotisas de Demeter eran las únicas mujeres a las que se les permitía asistir a los juegos olímpicos, sentándose en un altar antiguo de la diosa. Las Vestales de Roma gozaban del manejo de sus asuntos sin supervisión masculina, y recibían otros privilegios negados al resto de las mujeres.
Mientras que las culturas dominadas por el varón requerían a menudo que la sacerdotisa se mantuviera célibe, algunas escaparon a las restricciones sexuales impuestas a las mujeres ordinarias. En la India, la devadasi (bailarina del templo) no estaba sometida al marido y sus hijos se nombraban y heredaban según el linaje materno. Los leyes babilónicas de Hammurabi favorecían a hombres sobre las mujeres, pero las sacerdotisas podrían heredar y controlar sus propias vidas.
Los títulos babilónicos de sacerdotisa incluyen nombres tales como zer mashitum, “mujer que se olvida del esperma” y zikrum zinishtum, “mujer masculina”. Ambas tenían un grado importante de independencia pudiendo conservar la herencia paterna. Sin embargo esta autodeterminación amenazaba la doctrina de la supremacía masculina. Un escritor babilónico advirtió a los hombres, “no te cases con una prostítuta, cuyos maridos son legión, una mujer que se dedique a un dios, o una sacerdotisa ishtaritu o kulmashitu.
Cuando tengas un problema, ella no te apoyará, cuando tengas un conflicto, ella se burlará de tí. No hay reverencia o sumisión en ella...” [James Pritchard, Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament, Princeton, 1969].
La historia de las sacerdotisas está llena de relatos sobre mujeres que desafían los límites y jerarquías patriarcales. Repetidas veces y a través de múltiples obstáculos de alguna manera lograron dirigir, enseñar, aconsejar e inspirar a la gente desde fuera de las estructuras oficiales de autoridad, y muchas veces a pesar de las mismas. En Europa, la iglesia prohibió la dirección religiosa a las mujeres, pero ésta persistió por siglos en la religión del pueblo, a través de lo que la iglesia llamó brujería. También se manifestó en algunos movimientos cristianos populares como las beguinas, las heréticas “espíritu-libre” o las beatas y alumbradas españolas, entre las que destacó Teresa de Jesús.
Las videntes femeninas encabezaron los movimientos populares de liberación de Francia en 1430. Los rumores sobre los poderes sobrenaturales de Juana de Arco la persiguieron desde el comienzo de su liderazgo carismático. La acusación de brujería se presentó ya en su contacto inicial con la aristocracia, años antes de su proceso inquisitorial. Y la lumen profética e inspiración divina de Juana desempeñó un importante papel en su ejecución. En tiempos posteriores los europeos continuaron consultando a las curanderas, doctoras de hadas y videntes populares, a pesar de la caza de brujas y de las interminables campañas eclesiásticas para acabar con las capillas paganas en la naturaleza y la “superstición” de los paisanos.
El sacerdocio femenino funciona muy a menudo forjando un espacio aislado de poder para las mujeres en la sociedad patriarcal. Huellas de esta subversión femenina aparece en algunos procesos europeos contra las brujas; por ejemplo contra las curanderas-adivinas que aconsejaban a las mujeres abandonadas. Estas huellas sobreviven en los linajes vivos africanos de las bori magadjiyar de los hausa. Estas mujeres, adornadas ricamente con tocados de concha cowrie, danzan a las divinidades antiguas preislámicas bori. La mayoría de las magadjiyar son mujeres socialmente marginadas (divorciadas o solteras, mujeres estériles, quizás lesbianas, y otras que no caben en el orden social dominado por varones).
La religión zar es aún más extensa, y atraviesa las culturas musulmana y cristianas de África, principalmente en el norte y este del continente. Aquí encontramos de nuevo mujeres que bailan y cantan en honor de los espíritus a los cuáles la sociedad no reconoce formalmente como deidades. E incluso sucede que los maridos pagan tributo a esas deidades no reconocidas, gracias a las demandas hechas por sus mujeres.
La capacitación sacerdotal de algunas mujeres les otorgó el poder de superar barreras sociales. Esto se demuestra en el Pacífico, en una leyenda de las islas Marquesas de la sacerdotisa Vehine-atua, “mujerdiosa”, en Hiva Oa. Un jefe le pidió a ella que le ayudara en el acto ritual de recoger piedras para una capilla marae de su padre difunto. Ella aceptó a condición de que se le permitiera regresar a Nukuhiva en la canoa del jefe, desafiando la tradición que prohibía a las mujeres montar en canoas. El jefe aceptó, pero durante el viaje lanzó a Vehine- atua y a su marido al mar. Ella mandó a su compañero que rompiera una calabaza llena de moscas mágicas que desataron una gran tormenta que destruyó las canoas. El bastón ceremonial de Vehineatua la condujo a ella y a su esposo hasta la orilla sanos y salvos. [Nicole Thomas, The Contradictions of Hierarchy: Myths, Women and Power in Eastern Polynesia, in Deborah Gewertz, ed. Myths of Matriarchy, 1988].
Los colonizadores patriarcales estigmatizaron a las culturas que honraban la dirección espiritual femenina y las llamaron barbáras e inferiores. Un mandarín de Han se jactaba de que él había destruido millares de capillas de las chamanas Wu en China. En el s. XVI, los colonizadores españoles quedaron atónitos al ver que las mujeres viejas conducían la mayoría de las ceremonias filipinas. Los monjes misioneros llamaron “brujas diabólicas” a estas chamanas y lucharon durante siglos para acabar con ellas. Apesar de sus intentos de convertir las islas (al menos las del norte) al catolicismo, la babaylan aún hoy conserva fuerza cultural. [Brewer, Carolyn, Holy Confrontation: religión, Gender, and Sexuality in the Philippines, 1521- 1685, Institute of Women’s Studies, Manila, 2001].
Lo mismo sucedió en la invasión de América. La inquisición española y portuguesa persiguió a las sacerdotisas y curanderas desde Perú hasta Colombia y desde Brasil hasta México, arrasando no sólo a las nativas sino también a las africanas esclavas. En Venezuela, los inquisidores tomaron presa a Mauricia la Bruja por haber llevado a cabo reuniones en una cueva “para cantar y sacudir la maraca”. El expediente de su proceso testifica que en ese momento una voz salió de la oscuridad, llorando como un pájaro, e instruyó a la gente para que guardaran las tradiciones de los antepasados indios. [Carlos Contramaestre, La Mudanza del Encanto, Academia Nacional de la Historia y los Andes, Universidad de Caracas, 1979, p.28].

En el siglo XVI, la inquisición peruana atacó a las sabias quechuas y aymaras que mantenían viva la religión nativa. A menudo estas mujeres capacitaban a sus comunidades para protegerlas contra patrones y funcionarios coloniales. Un sacerdote católico testificó que “por su reputación como brujas suelen animar a sus aldeas para que se amotinen y rebelen”; otros testimonios repiten que esas mujeres desafiaban a las autoridades de la iglesia y al estado colonial. Los inquisidores arrastraron a Juana Icha ante los tribunales por haber hecho ofrendas a las deidades antiguas y curar con su energía. Las denuncias de los monjes inquisidores constatan que Juana Icha “adora a la tierra y a las estrellas, y llora a las aguas.” [Irene Silverblatt, Moon, Sun, and Witches: Gender Ideologies and Class in Inca and Colonial Peru, Princeton, 1987, pp. 184-90].
En 1591, la inquisición brasileña procesó a la bruja portuguesa María Goncalves (conocida como Ardelhe-al-rabo) por brujería sexual y fabricación de polvos con hierbas silvestres. Ella desafió al obispo, diciendole que si él predicaba desde del púlpito, ella predicaba desde de la cadeira, la silla sacerdotal candomblé.
Las calundureiras afro-brasileñas fueron muy perseguidas en el siglo XVIII. Los inquisidores procesaron a Antonia Luzia por haber convocado a “las mujeres negras y marrones para adorar danzas” y por buscar la ayuda de sus antepasados para lograr la “dominación de las voluntades de sus amos”. La calundureira Luzia Pinta presidía en las danzas adivinatorias vestida con su traje angolano y con un tocado emplumado al estilo indio. Alta y pesada, de mediana edad, con marcas tribales en sus mejillas, ella bailaba hasta entrar en trance, con su cuerpo temblando de energía. Luego “los vientos” entraban en sus oídos y ella profetizaba y contestaba preguntas. Colocaba en la tierra a las personas enfermas, y saltaba sobre ellas para curarlas. Con una daga en la mano, recetaba medicamentos hechos con hojas del bosque. [Laura de Mello e Souza, O Diablo e un Terra de Santa Cruz: Feiticaria e Religiosidade popular ningún Brasil colonial, Companhia das Letras, Sao Paolo, 1987].
En Irán, mediados del siglo XIX, la poetisa Qurrat al- Ayn fue un personaje atrevido del movimiento Baha’i. Impresionó, asombró y asustó a los hombres predicando proféticamente por la causa de la liberación espiritual. Tiempo después una princesa afgana huyó de un matrimonio impuesto, y la consecuente vida en reclusión Allah, y la madre de Mahoma es su profeta”. La curandera mazateca María Sabina subvirtió la teología patriarcal en sus cánticos alterando la identidad masculina prescrita del dios cristiano mediante la invocación a la “padre santísima”;
y alternó siempre en sus rogativas al “santo, santa, santo, santa”. Tales actos han sido siempre omitidos en los expedientes históricos por los guardianes escolásticos que han interpretado las fuentes históricas. En el mundo actual, las mujeres están montando valientes desafíos a la dominación masculina dentro de las instituciones religiosas. Las mujeres católicas, hindúes y budistas hacen campañas a favor de la ordenación completa femenina dentro de sus tradiciones. Las feministas musulmanas están afirmando su derecho de interpretar el Corán y los hadiths. Las hijas de Sarah están exigiendo ser incluídas en la cuenta oficial de judíos (literalmente) en el minyan, así como ser aceptadas como rabinas, y afirman su derecho a conducir servicios en muro del antiguo
templo de Jerusalén. Incistentes voces femeninas protestan contra el abuso sexual sacerdotal y las tapaderas eclesiásticas que protegen a los violadores. Rompiendo los vergonzosos silencios históricos, el intento de restaurar la autoridad femenina va cogiendo fuerza.
El movimiento pagano y la espiritualidad feminista está creando nuevas estructuras de veneración de la diosa y de liderazgo femenino. Las mujeres nativas americanas reclaman ya el derecho de tocar el tambor powwow, y las hermanas de la diáspora africana vuelven tomar en sus manos la conga y djembe. Las sacerdotisas de Lucumí están revigorizando la energía femenina dentro de las tradiciones africanas de los Orishas, y van erradicando las barreras antifemeninas. Hoy en la iniciación de adivinación del Ifá: la mujer iyanifa ya está de pié al lado del babalawo masculino. que esto implicaba, para vivir debajo de un árbol en la India. Esta sabia mística, conocida como Hazrat Babajan, inició a varios hombres sufíes incluido Meher Baba. Antes de ella, la India ya poseía el precedente de un largo linaje de yoguinis y avadhutas entre las cuales encontramos a Karaikkalamba, Mira Bai, y la mística kashmiri Lalla. Muchas de estas mujeres rechazaron el matrimonio o abandonaron al marido para poder dedicarse libremente a la realización espiritual,
y bailar y cantar los nombres divinos. La dirección y el simbolismo femeninos no lograron
ser totalmente aniquilados en las tradiciones indígenas y persistieron aún cuando estas culturas absorbieron algunos elementos de las religiónes coloniales. Por ejemplo, los baluchis de Pakistan e Irán modificaron el credo musulmán al proclamar, “No hay otro dios sino Allah, y la madre de Mahoma es su profeta”. La curandera mazateca María Sabina subvirtió la teología patriarcal en sus cánticos alterando la identidad masculina prescrita del dios cristiano mediante la invocación a la “padre santísima”; y alternó siempre en sus rogativas al “santo, santa, santo, santa”. Tales actos han sido siempre omitidos en los expedientes históricos por los guardianes escolásticos que han interpretado las fuentes históricas. En el mundo actual, las mujeres están montando valientes desafíos a la dominación masculina dentro de las instituciones religiosas.
Las mujeres católicas, hindúes y budistas hacen campañas a favor de la ordenación completa femenina dentro de sus tradiciones. Las feministas musulmanas están afirmando su derecho de interpretar el Corán y los hadiths. Las hijas de Sarah están exigiendo ser incluídas en la cuenta oficial de judíos (literalmente) en el minyan, así como ser aceptadas como rabinas, y afirman su derecho a conducir servicios en muro del antiguo templo de Jerusalén. Incistentes voces femeninas protestan contra el abuso sexual sacerdotal y las tapaderas eclesiásticas que protegen a los violadores. Rompiendo los vergonzosos silencios históricos, el intento de restaurar la autoridad femenina va cogiendo fuerza. El movimiento pagano y la espiritualidad feminista está creando nuevas estructuras de veneración de la diosa y de liderazgo femenino. Las mujeres nativas americanas reclaman ya el derecho de tocar el tambor powwow, y las hermanas de la diáspora africana vuelven tomar en sus manos la conga y djembe. Las sacerdotisas de Lucumí están revigorizando la energía femenina dentro de las tradiciones africanas de los Orishas, y van erradicando las barreras antifemeninas. Hoy en la iniciación de adivinación del Ifá: la mujer iyanifa ya está de pié al lado del babalawo masculino.
Texto de: Max Dashu. 2002.
www.maxdashu.net
www.suppressedhistories.net

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